A la mayoría de personas, si les pidieras que pensara en “teatro”, te dirían que lo que se les viene a la cabeza no les invita a ser espectador de una obra de ese tipo. Para poder valorar y apreciar una expresión artística es necesario saber en qué hay que poner atención y cómo hay que interpretarlo; como en todo, como sucede con algún deporte cuando no le conoces las reglas, se vuelve aburrido estar ahí en el campo de juego o verlo a través de una pantalla.
Lo que sucede es que la mayoría suelen tener asociado al teatro como una forma de entretenimiento o algo antiguo que hay que conocer al menos una vez en la vida, como cuando asistes a un museo para saber cómo era la manera de vivir de antes: pues así, el teatro representa la forma de entretenerse de antes. Pero se piensa como entretenimiento, al fin.
El entretenimiento es una forma en la que los seres humanos invierten el tiempo que les queda libre después de ser productivos, es decir, después de estudiar, de trabajar, de cumplir con sus responsabilidades, cualquiera que éstas sean. Por eso la mayoría de las personas piensa que el teatro no debería exigir compromiso, concentración, disposición y mucho menos debería quitar el tiempo haciendo pensar en problemas que no son propios, conflictos sociales o filosofía sobre nuestro tiempo; debería hacernos sentir bien, libres, relajados, divertidos o hacernos vivir realidades que deseamos profundamente.
Los medios para entretener han evolucionado con el tiempo, desde el cine, la televisión, las plataformas en streaming y las de contenido por internet, etc. Cada vez es más efectivo el entretenimiento para ocupar nuestro tiempo de manera efectiva, dejando al teatro y sus recursos en desventaja ante la inmediatez con la que los medios audiovisuales y otras formas de entretenimiento cumplen con el objetivo de abstraernos de nuestra realidad.
Pero si pensamos al teatro como arte y no solamente como entretenimiento, podemos distinguir en él una fuerza innegable, la fuerza de la presencia: de estar en ese momento frente a frente, ocupando el mismo espacio al mismo tiempo. Es mucho más difícil abstraerse de la realidad cuando están nuestros cuerpos, nuestros sentidos, nuestras emociones, en total vulnerabilidad: no hay pantalla que nos proteja de lo real.
La apreciación es distinta ante algo que acontece en tiempo presente, algo que podemos sentir: sentimos en nuestros cuerpos las vibraciones que producen la existencia de esos otros seres; y les vemos porque nos rebotan directamente las luces que provienen de la superficie de sus telas y sus pieles; y a veces hasta podemos interrelacionarnos con esas personas, les olemos, incidimos en lo que sucede en ese convivio especial: un convivio con reglas.
Ese contexto estético que enmarca la convivencia es lo que vuelve especial el encuentro en el teatro, porque nos permite construir un lenguaje a sabiendas de que lo que suceda será apreciado a través de esas reglas de la mirada, pero también tenemos el potencial de la presencia, de estar en esta reunión para encontrarle sentido a las cosas tangibles e intangibles que nos construyen como individuos y como sociedad.
El teatro no puede competir con otras formas de entretenimiento para abstraer a la gente de la realidad, pero posee características para hacernos, no sólo ver, sino sentir la realidad: nos devuelve nuestra capacidad de empatía y nos hace tomar consciencia de lo real de la realidad. El teatro tiene potencial de arte, y más potencial que cualquier arte que suceda en la materia; podríamos pensar que el teatro es inasible, porque se escribe en acciones que se disuelven en el transcurrir del tiempo, pero es trascendente porque se imprime en las mentes de las y los espectadores y les transforma, directamente son quienes dan sentido a la obra y prestan su capacidad para pensar y emocionarse: son el lienzo de la obra.
Esta relación con el público se crea a partir de un lenguaje, el lenguaje teatral, esas reglas del juego con infinitas posibilidades; pero ante un espectador que es mayoría, un espectador masificado: habituado a reaccionar más o menos de la misma forma a los mismos estímulos, una espectadora que, inevitablemente, se encuentra inmersa en un sistema de mercado que lo permea todo.
Por ello, la invitación para los y las artistas teatrales es para empoderarse de su instrumento, para adentrarse en la investigación de las condiciones de recepción del espectador actual, para que hagan su propia propuesta de un arte teatral estratégico, que consiga devolverle su capacidad transformadora y reveladora que milenariamente ha poseído este arte vivo, por medio de obras que se diseñan en la hipotética experiencia de su público.
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